Todos los que recordamos como era la estructura de la
población de nuestro pueblo, en los años cincuenta y principios de los
sesenta, sabemos que, más acentuado que hoy, el núcleo más numeroso de
población residía en Gor y los anejos, pero también había mucha gente
diseminada en multitud de cortijos, en su mayoría, aislados de la civilización
y hoy, la mayor parte, o deshabitados o derruidos.
La gente que vivía en aquellos caseríos, a la cual
conocíamos con el nombre genérico de "cortijeros", venían a Gor de
tarde en tarde, a aprovisionarse como norma general o para asistir a algunos
acontecimientos como las fiestas, la feria, bodas, bautizos, para ir al médico,
asistir a algún funeral, etc..
El protagonista de nuestra anécdota de hoy, pertenecía a
una de estas familias que vivían lejos de Gor y que, a pesar de sus catorce o
quince años, había ido al pueblo en un par de ocasiones, acompañado de sus
padres.
Según los cronistas más célebres de la villa, un domingo
el joven manifestó a su madre el deseo de ir al pueblo:
- Pues me parece bien, hijo, y de paso, como es domingo, vas
a misa.
- ¿Dónde está la misa? inquirió el muchacho.
- Hijo mío, cuando llegues a la plaza, te fijas a donde se
mete la gente y tu haces lo mismo.
Así lo prometió el muchacho y cuando llegó a la plaza vio
que la gente entraba en una casa, en la que tenía lugar el refrigerio de una
boda, que se acababa de celebrar. Entró en su "misa" y allí hizo lo
que todos los invitados, comer, beber y divertirse lo que pudo, pues había
también baile con música de cuerda.
- Qué, ¿cómo lo has pasado? ¿te ha gustado la misa? le
preguntó su madre al volver.
- Ya lo creo, respondió. Fíjate si me habrá gustado, que
pienso volver el domingo que viene.
Después de una larga semana de espera, allí tenemos de
nuevo en la plaza a nuestro amigo, con su camisa blanca y sus zapatillas de
cáñamo, pero más temprano que el domingo anterior, y claro, la gente entrando
en la iglesia. Eso mismo hizo él sorprendiéndose de que la gente metiera la
mano en la pila del agua bendita y se santiguara, pero de comida y diversión,
nada de nada.
Volvió a su cortijo un poco triste y pensativo, por lo que
la madre le preguntó:
- ¿Es que hoy no lo has pasado bien?
- ¡Que va! Cuando llegué, ya se lo habían comido todo y
sólo habían dejado el caldo, que se lo tomaban con la mano, pero como yo
llevaba mucha hambre, le eché el pan que llevaba y me lo comí con sopas.
No sabemos, a ciencia cierta, si esta respuesta es verdadera,
pero del grado de ignorancia que alguna gente tenía en aquella época, cabe
esperarlo todo. De todas formas mantenemos nuestras reservas, limitándonos a
relatarlo como a nosotros nos lo contaron.