A UN
MAESTRO
Es
invierno y tras el cristal de los ventanales de la escuela, la tarde se
está viendo amenazada por la llegada gélida del anochecer. Un grupo de
alumnos se reparten la breve compañía de una estufa de butano que lee
en sus ojos juegos en la Plaza, visitas a los cepos colocados en el
luminoso mediodía en busca de presas, excursiones para explorar algún
lugar todavía por descubrir... Mientras tanto un maestro se esfuerza en
abrir las entrañas a la Gramática y mostrársela tal cual a un grupo
de alumnos escépticos ante tan poco práctica tarea.
La
emigración, incluso académica, ha llevado a algún alumno fuera de su
pueblo a temprana edad; su primera salida, nuevos compañeros, recién
llegado a un grupo de viejos conocidos, ambiente distante a la par que
expectante ante el niño de Gor. Algún profesor formula una pregunta
sobre morfemas y lexemas; silencio, miradas huidizas. Y el alumno nuevo
en el grupo, en un arranque de timidez, en un intento de superar la
clandestinidad se levanta y propone una solución a la pregunta
planteada. En su interior experimenta una profunda satisfacción y ve
recompensada la aridez de las enseñanzas recibidas, pero el éxito es
compartido. A través del cristal verde de la pizarra aparece la figura
eternamente delgada de su maestro; sentado en una mesa rectangular de
madera vieja con rigurosa ordenación, las piernas cruzadas en espiral,
fumando un ducados en pipa de boquilla negra, flanqueado por un perro
fiel, que reposa sus muchos años tendido en las losas amarillas de una
escuela de pueblo. Exaltado algunas veces, paciente otras y sistemático
todas D. Antonio ve pasar por sus manos a una nueva generación de
goreños, siempre pendiente de su evolución académica y personal,
interesándose por sus vivencias e inquietudes. Gracias D. Antonio,
maestro primero y amigo siempre.
Andrés
García Jiménez
EN
RECUERDO DE DON
ANTONIO
Se
ha muerto Don Antonio; así fue como recibí la noticia a primeros de
año, con el sobrecogimiento compartido de mi interlocutor, pues aunque
sabíamos que había enfermado gravemente, no esperábamos un desenlace
tan rápido.
Después
de haber dedicado toda su vida a su profesión de maestro, casi siempre
en escuelas de nuestra tierra, se había ganado el cariño y respeto de
sus alumnos que inevitablemente se ponía de manifiesto con su muerte.
Siempre
tuve de él la misma imagen, desde los primeros años sesenta, cuando
iba con su Derbi a las escuelas de Cenascuras o de Las Viñas hasta la
última Navidad. Siempre contento, siempre guardando la compostura,
tanto en el trabajo como en el ocio y no sólo como maestro, sino desde
los distintos puestos de responsabilidad que ocupó en nuestro pueblo,
la Alcaldía, Juez de Paz o colaborando en cualquier actividad
organizada por los vecinos.
Recuerdo
oír decir de Don Antonio que era un buen maestro, lo que seguramente
viene a decir que enseñaba bien y que tenía una dedicación acorde con
su labor. De talante apacible, solía bromear sobre lo cotidiano, aún
cuando en lo tocante a la enseñanza, dejara asomar de vez en cuando un
punto de genio si la aplicación no era la necesaria, que servía de
acicate para no caer en la dejadez.
Quienes
con el paso del tiempo traspasamos la difusa barrera que separa el
maestro del amigo, siempre encontramos en él la persona interesada por
el rumbo de nuestras vidas cuando de tiempo en tiempo nos volvíamos a
encontrar; a algunos de nosotros nos había ayudado a continuar en el
estudio más allá de la escuela, en mi caso concreto,dedicándome
desinteresadamente su tiempo.
Sirvan
estas palabras como adhesión al homenaje que desde las páginas de esta
revista, que fue la suya, se tributa como reconocimiento y en recuerdo
de Don Antonio, maestro, amigo.
Amador
González
A
Antonio, amigo y
compañero.
Silenciosamente
se apagó la voz,
de
suave timbre,
que
no calló, ni un instante,
en
su denuncia,
ante
redes tiránicas,
ante
arbolillo traicionero,
esclavizadores
furtivos de avecillas confiadas,
inexorablemente
desvalidas.
Callaron
sus trinos, ese día,
respetuosamente
a tu silencio,
cortando
el aire nudos de gargantas.
No
tendrán ya al serio, callado, honesto defensor
que
un día movió mi voluntad a su empeño.
Codo
a codo rompimos, a voluntades, voluntades.
Percibo
la lágrima sin humedad
en
la pupila del jilguero de la ribera del río,
sin
otro goreño que lo guarde,
lo
defienda con tu fidelidad y cariño.
Caerá,
vendido en las Ramblas,
gimiendo
en un balcón entre macetas,
o
de pasto a predadores, herido en el balate.
Quebrada
voz de colorines, inaudible,
a
tu descanso acompaño
y
un sentimiento de dolor profundo
relampagueará
en mi espíritu
cuando
silentemente sólo en la ribera
florida
del verano madrugaré,
sintiendo
tu esencia, en compañía, emocionado.
Y
estoy seguro que en el tiempo voluntad,
espíritu,
empeño, esfuerzo, coraje,
vigilarán
el río ante el frío egoísmo de insensatos,
que
ven la Naturaleza como unas cuantas monedas
en
las que revolcarse ufanas y engreídas.
Antonio
Lucena.
EL
ÚLTIMO ADIÓS
Debo
confesar que no fui nunca partidario de los homenajes póstumos, entre
otras razones, porque tienen como única finalidad restituir a los
muertos un reconocimiento público que se les negó en vida. El homenaje
póstumo es también una forma de acallar nuestra conciencia cuando la
deuda al desaparecido se hace visible porque se nos escapa a chorros por
las costuras del recuerdo; si tenemos en cuenta que la memoria es la
herida más dolorosa en momentos de desgracia. Es, en fin, una más de
las hipocresías de los que vivimos cuando nos falta humildad y
generosidad para reconocer en nuestros semejantes unos valores que
nosotros no tenemos.
No
obstante, aunque sólo sea título individual, y cuando su muerte no me
deja otra alternativa, privándome para siempre de un fiel y sincero
amigo, como era Maico, aún reconociendo que no le escatime en vida mis
alabanzas ensalzando sus virtudes morales, como no podía ser de otra
manera, rompo una lanza en su memoria y vuelvo a hacer público lo que
ya es notorio, resaltando, a mi juicio, escuetamente, las grandes
cualidades que conformaban su personalidad, visto siempre desde el
ángulo de la amistad sincera, sin otros condicionantes interesados o
bastardos que puedan torcer mi ánimo en favor o en contra de lo que es
la auténtica verdad.
Como
todos sabemos, Maico no era un hombre brillante; era uno de esos hombres
que invitan a ser tratados y conocidos de cerca; porque su personalidad,
visto a distancia, no trascendía. Tampoco se esforzaba en aparentar lo
contrario llevado por la vanidad; su elección fue siempre la de pasar
de puntillas por la vida y en silencio para no ser observado, porque su
modestia y su prudencia lo reducían a veces a lo invisible, que cuando
se sentía auténtico y sin artificios, derramando entonces la riqueza
humana que llevaba dentro, la cual se percibía al primer encuentro con
él.
Desde
luego que, como todo ser humano, durante su larga vida, pudo cometer
errores, pero estoy seguro que nunca cometió maldades; porque Maico
era, ante todo, una buena persona. ¡Hasta siempre amigo! Y si Dios me
permite volver a Gor, es seguro que, como me ocurre con otros buenos
amigos ya desaparecidos, me costará hacerme a la idea de no poder
volver a verte por sus calles, ni Gor será tampoco igual para mi sin tu
gratificante presencia.
Mislata,
17 de febrero de 1998
Cayetano
Bretones
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