Boletín Nº 12 (Abril de 1993)

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ANECDOTARIO GOREÑO: "Dos misas".

Todos los que recordamos como era la estructura de la población de nuestro pueblo, en los años cincuenta y principios de los sesenta, sabemos que, más acentuado que hoy, el núcleo más numeroso de población residía en Gor y los anejos, pero también había mucha gente diseminada en multitud de cortijos, en su mayoría, aislados de la civilización y hoy, la mayor parte, o deshabitados o derruidos.
La gente que vivía en aquellos caseríos, a la cual conocíamos con el nombre genérico de "cortijeros", venían a Gor de tarde en tarde, a aprovisionarse como norma general o para asistir a algunos acontecimientos como las fiestas, la feria, bodas, bautizos, para ir al médico, asistir a algún funeral, etc..
El protagonista de nuestra anécdota de hoy, pertenecía a una de estas familias que vivían lejos de Gor y que, a pesar de sus catorce o quince años, había ido al pueblo en un par de ocasiones, acompañado de sus padres.
Según los cronistas más célebres de la villa, un domingo el joven manifestó a su madre el deseo de ir al pueblo:
- Pues me parece bien, hijo, y de paso, como es domingo, vas a misa.
- ¿Dónde está la misa? inquirió el muchacho.
- Hijo mío, cuando llegues a la plaza, te fijas a donde se mete la gente y tu haces lo mismo.
Así lo prometió el muchacho y cuando llegó a la plaza vio que la gente entraba en una casa, en la que tenía lugar el refrigerio de una boda, que se acababa de celebrar. Entró en su "misa" y allí hizo lo que todos los invitados, comer, beber y divertirse lo que pudo, pues había también baile con música de cuerda.
- Qué, ¿cómo lo has pasado? ¿te ha gustado la misa? le preguntó su madre al volver.
- Ya lo creo, respondió. Fíjate si me habrá gustado, que pienso volver el domingo que viene.
Después de una larga semana de espera, allí tenemos de nuevo en la plaza a nuestro amigo, con su camisa blanca y sus zapatillas de cáñamo, pero más temprano que el domingo anterior, y claro, la gente entrando en la iglesia. Eso mismo hizo él sorprendiéndose de que la gente metiera la mano en la pila del agua bendita y se santiguara, pero de comida y diversión, nada de nada.
Volvió a su cortijo un poco triste y pensativo, por lo que la madre le preguntó:
- ¿Es que hoy no lo has pasado bien?
- ¡Que va! Cuando llegué, ya se lo habían comido todo y sólo habían dejado el caldo, que se lo tomaban con la mano, pero como yo llevaba mucha hambre, le eché el pan que llevaba y me lo comí con sopas.

No sabemos, a ciencia cierta, si esta respuesta es verdadera, pero del grado de ignorancia que alguna gente tenía en aquella época, cabe esperarlo todo. De todas formas mantenemos nuestras reservas, limitándonos a relatarlo como a nosotros nos lo contaron.