Sé que os he mencionado mis
viajes por La Alpujarra en muchos de mis escritos anteriores y que incluso
uno de ellos lo dediqué a haceros una pequeña guía de esta comarca tan
querida por mí, en la que os comentaba donde se podía comer, donde se
podía dormir, que se debía visitar, etc.
Pues bien, llegó la hora de que os hable con más detalle de esta tierra
embrujada, de esta tierra tan particular, de esta tierra tan entrañable,
de la que tenemos la suerte de tenerla a una hora de camino atravesando el
preciosista puerto de La Ragua.
Quiero que esta primera toma de contacto con esta tierra, prometo que no
será la última si Dios quiere, la centremos en el bonito y muy querido
pueblo de Trevélez.
A él llegué allá por el año 1.978 con un grupo de amigos de Guadix
después de haber atravesado la sierra desde Jerez del Marquesado hasta el
mismo Trevélez a lo largo de dos jornadas de marcha.
Fue una travesía muy dura, algo a lo que no estábamos acostumbrados,
pero que al final tuvo la mejor de las recompensas. Nos encontramos con
una tierra única, con unas gentes muy recias, con carácter, con una
idiosincrasia muy particular. Gentes bravas, pero que en cuanto te conocen
un poco te brindan su corazón totalmente. De hecho hoy, casi 24 años
después, casi todos los que llegamos a Trevélez en aquellos primeros
días de agosto de 1.978, hemos seguido yendo en multitud de ocasiones,
tenemos grandes y buenos amigos y nos sentimos como en nuestra casa cada
vez que nos dejamos caer por aquella tierra.
Todos los años, desde entonces, en los primeros días de agosto, un grupo
de gente de Guadix e incluso amigos de otras tierras, hacen una travesía
muy parecida a la que hicimos aquel año, yendo a parar a Trevélez y de
allí, después de descansar unos días, se hacen distintos recorridos
según las ganas y el tiempo de que dispongan. En los últimos años
parece que el recorrido no sufre variación y se sube al Mulhacén durante
el día 4 de agosto para amanecer allí el día 5. Es el día de la
romería de la Virgen de las Nieves y allí, en el techo de la península,
se dice una misa a media mañana a la que asisten gran cantidad de gentes
de todos los pueblos de los alrededores y de otra gente que como nuestros
paisanos suben desde un poquito más lejos.
Aquel primer año de 1.978 llegamos literalmente rotos. Recuerdo que yo
llevaba los pies con unas ampollas de sangre que asustaron a mis
compañeros cuando las vieron, pero a las que yo no hacía ni caso porque
estaba tan feliz y alegre en aquella tierra que no reparaba en nada que no
fuera comer bien, beber mejor, disfrutar de las vistas, charlar con las
gentes, ...
Nunca olvidaré cuando llegamos. Era media tarde, estábamos muy cansados
y el hambre nos aguijoneaba el estómago, pero tuvimos la suerte de
conocer a Rogelio que nos brindó su casa y en ella despachamos casi de un
tirón un pernil de aquellos que había antes, con un lebrillo lleno de
ensalada con tomate, pimiento, cebolla, pepino, aceitunas y todo ello bien
aceitado y poco avinagrado, acompañado de un vino tinto de la tierra, del
que ya solo existe en los anales. Muchas veces hablando con la gente del
pueblo hemos recordado aquel vino; cuando lo degustabas te saciaba el
paladar tanto, que casi no era necesario comer para sentirte comido y
bebido, satisfecho.
El bueno de Rogelio fue nuestro primer amigo en aquella tierra y durante
muchos años calmaba nuestro apetito y nuestra sed invariablemente en los
primeros días de agosto. Hoy, el bueno de nuestro amigo, se encuentra
impedido y no puede salir a la calle, pero su fortaleza lo sigue teniendo
hecho un chaval por lo demás.
Aquella primera noche que pasamos en Trevélez conocimos también a
nuestro querido Juan Moya, que Dios tenga a su lado, su mujer Fermina y
sus hijas Sonia y Fermina.
Tenían uno de los pocos bares que había en el pueblo y justo al lado
tenían la discoteca del pueblo.
Recuerdo que en Guadix nos costaban los cubalibres en aquel tiempo 75
pesetas y que el bueno de nuestro amigo Juan nos cobraba 35 pesetas. Ya
podéis imaginar la noche que pasamos sintiéndonos ricos ante esta
tesitura.
Después, con el paso de los años, hemos seguido manteniendo una estrecha
relación, que en mi caso concreto se traduce en algo más que amistad.
Para mí son como familia, pero de esa a la que quieres. De hecho, las
niñas, aunque hoy en día una ya es señora y la otra sigue siendo
señorita, siempre me han llamado "tite" y yo las he llamado mis
sobrinas favoritas.
"Tite" es una palabra de mucho arraigo en La Alpujarra que viene
a significar "tito", alguien muy allegado a la familia al que se
considera familia, pero que no lo es por lazos de sangre, sino por lazos
de amistad.
Desde entonces, Juan y Fermina han sido siempre mis caseros en Trevélez,
mis amigos, mi familia. Siempre que los necesité allí estuvieron. De
hecho, muchos amigos que han venido conmigo a esta tierra los conocen y
saben cuanto nos apreciamos. Podéis preguntar a Paco Ros y él os dirá.
El bueno de Juan murió hace unos años de repente. Confío en que Dios lo
haya acogido en su seno.
Recuerdo que muchas noches de invierno nos pasábamos la velada hablando
de todo un poco, principalmente él me contaba cosas de la vida en la
sierra, de cómo hacer un exquisito pacharán, de cómo preparar un
"joyo", etc.
Creo que los inventores del frigorífico son las gentes de La Alpujarra y
ahora cuando os lo explique comprenderéis por qué.
Todos sabéis las condiciones climatológicas tan extremas que se dan en
la sierra durante el invierno. Pues bien, con el objeto de conservar las
deliciosas patatas que allí se cultivan y tenerlas siempre a mano y
durante casi todo el año, estas gentes tan ingeniosas idearon la forma de
hacerlo.
Se llama "joyo" y consiste en hacer un hoyo en una zona de
umbría que al mismo tiempo tenga un poco de desnivel. En ese hoyo se
echan las patatas y se las apila formando un montón, el cual se va
tapando luego con juncos o paja de centeno de manera parecida a un tejado
que se construyera encima del montón de patatas y al final del desnivel
se hace otro hoyo más pequeño a manera de sumidero, por donde se ira
yendo el agua que pueda calar la tierra. Una vez hecho todo esto se
entierra y ya tenemos el frigorífico preparado.
Cada vez que queramos patatas bastará con que nos acerquemos y empecemos
a desenterrarlas empezando por el punto más alto.
Luego volvemos a enterrar la parte desalojada y seguimos teniendo el
frigorífico en funcionamiento.
El hambre aguza el ingenio y en estas tierras de fríos tan intensos en
invierno y de tan difícil acceso por las continuas nevadas, ahí tenéis
un botón de muestra.
Aquel primer año dormimos junto al río en una pequeña haza de heno que
hizo de colchón, teniendo por techo uno de los más bonitos y sugerentes
de la creación, el cielo inconfundiblemente estrellado de aquellas
alturas, libre de polución totalmente y, por tanto, diáfano como las
cristalinas aguas del río que a nuestro lado siseaba.
Mucho ha cambiado Trevélez desde aquellos años. El paso del tiempo todo
lo transforma, lo evoluciona o, tal vez, lo involuciona, pero el caso es
que hoy en día Trevélez con sus barrios alto, medio y bajo dista mucho
de ser aquel Trevélez que conocimos en aquellos años.
Pero el encanto de sus callejuelas empinadas y estrechas, sus macetas de
geranios que parecen que nos dan la bienvenida, el olor a estiércol que
más parece a madera húmeda, el embrujo de sus gentes, las historias de
maquis en la sierra, las viejas historias de moros y cristianos, ..., todo
ello hace que aún a pesar de la evolución del pueblo, nos sintamos
sobrecogidos ante tal espectáculo.
La historia más extendida en el pueblo sobre el origen del nombre de
Trevélez relata que hace muchos años llegaron a estas tierras tres
hermanos que se apellidaban Vélez. Con el tiempo surgieron entre ellos
disputas y cada uno de los hermanos se instaló en un lugar distinto; uno
lo hizo en la parte de más abajo junto a la ribera del río, otro lo hizo
un poco más arriba y el tercero lo hizo un poco más alto, lo que al
final vino a delimitar los barrios del actual pueblo de Trevélez, el
alto, el medio y el bajo. Como ya os habréis dado cuenta los "tres
Vélez" daría origen al actual nombre de Trevélez.
La gente de La Alpujarra tiene en general fama de adusta, bronca, fuerte,
con mucho carácter y en honor a la verdad hay que decir que aunque los
tiempos han cambiado mucho, sigue habiendo sectores a los que se
definiría perfectamente con mis apelativos anteriores.
Yo pienso que esa forma de ser tuvo que ser adquirida a la fuerza y a
través del tiempo, ya que en aquellas condiciones de vida tan extrema
(primera mitad del siglo XX) no se concibe que alguien pudiera resistir si
no era alguien fuerte en todos los aspectos.
Hoy en día se vive mucho mejor y no hay necesidad de ser duros para poder
sobrevivir en esas condiciones tan extremas que allí se dan.
El "modus vivendi" ha cambiado de un extremo al otro y hoy en
día no hay casa en el pueblo que no tenga su calefacción, o su buena
chimenea, o las dos cosas a la vez.
La agricultura ha pasado a un plano muy relegado y solo se siguen
cultivando aquellos huertos que están cerca del pueblo y sobre todo lo
hacen personas mayores. La juventud prefiere trabajar en otros menesteres
más lucrativos y menos esclavos que la tierra.
Principalmente, casi toda la juventud trabaja en el sector de los jamones
que es la principal actividad del pueblo y luego en el sector de la
hostelería que podríamos decir que es la segunda actividad más
importante.
Luego iría el sector de la construcción y por último varias pequeñas
empresas familiares.
Del rico jamón de Trevélez poco os puedo contar que no hayáis podido
comprobar "per se". ¿Quién no ha probado alguna vez sus ricos
perniles curados de forma natural con aquellos aires serranos?.
Cuando llegué a Trevélez por primera vez, lo único que sabía del
jamón era comérmelo, y punto. Después de tantos años de andar por
aquella tierra y de haber hablado con sus gentes durante horas y horas
sobre todo lo concerniente al jamón, hoy, si podría daros una idea más
amplia de todo lo que conlleva, desde la cría del cerdo, su engorde, la
matanza, la elaboración de los distintos productos que del cerdo salen,
la preparación para la salazón, la salazón y todo el proceso de
curación al natural, nunca inferior a un año.
Hay otras maneras de hacer jamón, como me comentaba un día mi amigo
Joaquín, pero eso no es jamón, ya que el proceso que puede y debe durar
al menos un año, algunos desaprensivos enamorados de los beneficios
rápidos y fáciles lo convierten en tan solo unos 70 días. Ya podéis
imaginar que es lo que le pueden hacer a esa carne para prepararla en 70
días.
Pero bueno, no quiero hacerle propaganda gratuita a esos desaprensivos y
no os contaré cual es su método. No obstante y si alguno de vosotros
está interesado en saber cómo lo hacen con mucho gusto yo os lo
explicaré detalladamente como un año o más se puede reducir a 70 días.
El día 10 de octubre de 1.862 la Reina Isabel II concedió a los jamones
de Trevélez el privilegio para vestir la corona real y desde entonces se
custodia en el Ayuntamiento un sello de marcar a fuego en el que pone la
siguiente leyenda:
"PREMIADO POR S.M. LA REYNA
ISABEL II EN 1862. TREVÉLEZ"
Y es que es verdad, como me
decía un viejete del pueblo muy amante de los trovos; "de Trevélez
el jamoncete, está de rechupete".
Bueno queridos paisanos, no os quiero cansar más de lo debido y como ya
está decidido que de Trevélez habrá una segunda parte, confío en que
esperéis con impaciencia la próxima revista, donde os daré más
detalles de esta tierra tan extraordinaria y de este pueblo tan querido
por mí. Hasta pronto.
Vuestro paisano. |