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Tomás Ibáñez |
La santarromera |
Terminada
la cena, la madre de Josefa, le dijo a ésta: -José, esta noche estaremos poco rato, porque ya sabes que tengo que levantarme pronto. -Yo no quiero más que decirte una cosa, respondió José. Que no me entere yo, de que bailas con ningún forastero, porque hay muchos granujas sueltos por ahí y ya sabes, luego se entera uno de todo. -¡Es que estás celoso! No seas tonto, tú sabes que para mí no hay en el mundo otro hombre más que tú. En la oscuridad de la noche, a José se le encendió una sonrisa de oreja a oreja. Él estaba seguro del amor ciego que le procesaba Josefa, pero le gustaba enfadarla. La charla continuó un rato más. Ya de madrugada, la madre de Josefa llamaba a ésta, que como un tronco, seguía en brazos de Morfeo. Su madre no dejaba de acuciarla repetidamente, diciendo: - Josefa, levántate y no seas perezosa. Al fin, más dormida que despierta, ésta se puso en pie. - Vamos muchacha, que se nos va a hacer tarde. La pobre Josefa iba de una parte a otra, como una autómata. ¿Madre, dónde esta, aquella u otra cosa? - Si te lo hubieras dejado todo preparado por la noche, ahora no andarías buscándolo como una loca. Date prisa, si no vamos a ver a la Virgen el año que viene. - Voy madre, ¡hay que ver lo pesada que se pone usted! - Lo que pasa es que tienes la sangre muy gorda, replicó la madre. Ya
empezaba a amanecer y los primeros claros del nuevo día, con el airecillo
fresco de la madrugada, fue un soplo de aliento para la pobre Josefa que,
poco a poco, empezaba a despertarse. - Madre, no se olvide las zapatillas. - No mujer, ya están en la bolsa, no vaya a ser que se nos olviden y tenga que volver descalza. - Dejaos de conversación y vamos para adelante, dijo el padre. Que la Virgen nos preteja y que todos lleguemos bien. Después de varias horas de pesada caminata, Josefa empezaba a sentir los efectos del cansancio, ya que andaba descalza. - Dios mío, yo ya no puedo más, que martirio, si esto es peor que aquella que hizo la promesa de subir a la ermita con garbanzos crudos en los zapatos. - Vamos Josefa, que te quedas atrás. Si seguimos así, cuando lleguemos a la ermita la misa habrá terminado y el señor cura habrá desayunado el chocolate con churros y melindros. - Madre, es que no puedo dar un paso más. - Mira Josefa, como coja un pincho de cardocuco, vas a subir la cuesta como un cohete. Josefa, cada vez flaqueaba más y ya estaba cerca de desfallecer cuando la Virgen quiso echarles una manecilla y puso en su camino a un feriante que, con un burro cargado con cajas de turrones y golosinas, subía también a la ermita. Josefa, cuando vio al rucio creyó que era el AVE, pero pronto comprendió que lo único que quedaba libre en el cuadrúpedo, era la cabeza y el rabo y puestos a elegir prefería que el burro la remolcara cogida del rabo, y sin pensarlo un instante se acercó al feriante con cara de pena y lágrimas en los ojos le dijo: - Buen hombre, ¿por qué no deja usted que me coja del rabo del burro? El hombre la miró de arriba abajo sorprendido, pero al verla con la cara de pena con que se lo pedía, le dijo: - Mira muchacha, yo no tengo inconveniente en echarte una mano, en este caso un rabo, pero te diré que el borrico lleva varios días comiendo ver de y no anda muy seguro, así es que yo no respondo de lo que pueda pasar. - Usted no se preocupe, que yo no quito un instante el ojo del objetivo. Dicho
esto, Josefa se cogió al rabo como si éste fuera su tabla de salvación.
Clavó sus ojos en el trasero del animal, pero el camino no era una
autopista y si no quería dar un mal tropezón, tenía que, de vez en
cuando, mirar al suelo. Esto hacía que la romera, distrajera su
vigilancia de lo que tenía que vigilar. Pero parece ser que el asno veía
también por detrás y en el momento que vio a nuestra protagonista
distraída, mirando al suelo, reunió toda la fuerza de su cuerpo y lanzó
una verdadera catarata a la parte delantera de la remolcada. Ésta se
quedó toda sorprendida y sin dar crédito a sus ojos, viendo como de su
vestido nuevo no quedaba ni para pegar un botón que no estuviera del
cuello a los pies empapado de c... - Reírse, como se conoce que a vosotros no os ha pasado nada. Pero mirad como estoy yo, que no hay por donde cogerme. De
esta manera, continuaban el camino hacia la Ermita de la Virgen de la
Cabeza, romería que se celebra el último domingo del mes de abril. J.S.L |
Introducción
Vacas locas y la fiesta de los toros El toro bravo
también se ve afectado por las medidas adoptadas por la administración,
de ahí que la fiesta de los toros pueda ver modificado en algunos
aspectos su normal desarrollo. La administración ha resuelto un plan de
actuación hasta el 30 de junio por el que se obliga a incinerar todas las
reses mayores de 30 meses que se lidien. Sin duda el gran tema de interés
es el coste económico que estas medidas van a suponer y quien lo va a
asumir. Tras numerosas reuniones con el sector, el Consejo de Ministros
del 9 de marzo de 2001 aprobó una partida de 2.400 millones de pesetas
para indemnizar al sector. Ahora les toca a las Comunidades Autónomas
concretar su participación. En el caso de Andalucía la predisposición
es buena y se está en negociaciones con el sector para alcanzar un
acuerdo. Andrés García Jiménez |
Con la llegada de las primeras lluvias, que hicieron su aparición al llegar el otoño, los parajes de Gor quedaban envueltos en finísima y húmeda niebla. Inmediatamente, como si de algo mágico se tratase, al contacto con el agua, los pinares que conforman la masa forestal de sus sierras, recuperaban un verdor de inefable belleza, dejando atrás enterrado el color tostado del estío. A medida que pasan los días, un despertar suave y sigiloso se observa por todas partes. Todo parece transformarse con el movimiento oculto de la savia. Y hasta las cumbres más altas que ciñen la Villa, como regia corona, sembradas al azar por la madre naturaleza, en primavera, recobran vida y movimiento. Aquí, en Gor, cuando marzo apunta a su fin, se cumple, literalmente, lo que dice la escritura: Lo viejo ha pasado. El fenómeno es para vivirlo. En poquísimos días, hemos pasado de lo grisáceo y sombrío, a la contemplación de un hermoso tapiz verde que cubre su suelo, satinado espléndidamente, por el blanco deslumbrador de la flor del almendro. Cambiando de tercio, como se dice en lenguaje taurino, y siguiendo las huellas del que hace senderismo a través del parque, llegaremos a la plaza del pueblo de tinte castellano, de exageradas dimensiones. Al lado del turista, acompañado de macuto y bastón, sin previo aviso, escucharemos llenos de rubor, algo que no escapa a la curiosidad de ningún visitante: ¿Dónde están las campanas de la torre? ¿Qué pasó con ellas? ¿Cómo tocan a misa en este pueblo?.... Y así, sucesivamente, se siguen formulando un sin fin de preguntas, relacionadas todas ellas con el presente y el pasado de la Villa, sin que falten las que hacen referencia a su escudo y su palacio ducal, convertido en plaza de toros. Cuando la coherencia entre lo que se dice y se hace no existe, estamos en un proceso de contradicción inevitable, le damos palos a la lógica y dejamos al descubierto algo que nos hace agachar la cabeza. Al hacerme cargo de esta parroquia, en septiembre del 97, aunque a mí nada me extraña, había algo que suscitaba en mí, un sentimiento, cuando menos dudoso: algo no cuadraba. Por una parte, el cariñoso apego que decían tener los goreños a su pueblo, a sus fiestas a su iglesia de buena planta y mejor movimiento de tejados, sin dejar atrás la casa del cura con huerto y ciprés. Por otra parte, algo que no sabía conjugar, como el senderista que llega cansado y de ojos abiertos; algo que te habla de inmovilismo, de historia rota, de declive, de indiferencia y de cosas ya superadas en los pueblos de nuestro entorno. Todo esto queda perfectamente marcado, definido y reflejado, en ese campanario sin campanas que emerge, tímido, por encima de los tejados de las casas. Un día le fueron arrebatadas por manos aviesas, sin que hasta el momento, nadie se haya atrevido a deshacer el entuerto. A partir de entonces, diríase que la torre no habla, pero nos grita; no se queja , pero se conduele. Se conduele porque nadie la escucha ni le tiende la mirada.....!Ya está bien! Después de más de sesenta años, como veis, esto no cuadra. Yo quisiera terminar con un interrogante : ¿Llegará el día? Francisco
Hidalgo |
Un paisano en Lanzarote Por Roberto Balboa |
EL VIEJO HINDU Y aquel viejo hindú de barbas blancas, cejas grises y rostro agrietado por mil profundas arrugas, me dijo:Te crees
afortunado por saber leer, escribir y encontrar conocimientos en los
libros, pero que sepas que eres mucho más afortunado porque puedes andar
e ir a los países de las gentes. Mis queridos paisanos: He
querido comenzar esta nueva singladura, recordando las palabras que hace
muchos años me dijo un viejo hindú en un lejano país asiático,
sentados en su pequeña choza, mientras saboreábamos una taza de su
humilde pero sabroso y reconfortante té. Hacía
ya unos años que visité por primera vez las Islas Canarias o como
prefieren llamarlas otros, las Islas Afortunadas, y me dije que en cuanto
pudiera volvería para conocer todas las islas. Un abrazo de vuestro paisano. |