«Ilustrísimo
Sr. Alcalde, señores concejales y demás autoridades. Queridos
paisanos: Nuestro Alcalde y amigo, don Francisco Porcel Gómez, ha
querido que sea yo quien pronuncie el pregón de fiestas de nuestro
excelso Patrón, San Cayetano. Me considero muy honrado con tal distinción,
teniendo en cuenta que existen personas con más méritos que un
servidor de ustedes para este menester. Por tal motivo, mi
agradecimiento a su decisión es doble.
Debemos sentirnos orgullosos, muy orgullosos, de San
Cayetano. Perteneciente a la aristocracia italiana, abandonó las
riquezas y prebendas que su alcurnia y estirpe le otorgaban para
dedicarse al cuidado de pobres y desahuciados, a los que cuidó hasta el
final de sus días. Nació en Vicenza en 1480 y murió en Nápoles el 7
de agosto de 1547. Es San Cayetano, por tanto, un espejo limpio donde
todos podemos mirarnos.
Jorge Manrique, cuando falleció su padre, manifestó
"que cualquier tiempo pasado fue mejor". Esto no es cierto, y
para rebatirlo, nada mejor que tomar como ejemplo los progresos y
adelantos asombrosos que nuestro pueblo ha experimentado en los últimos
lustros, gracias a los indudables aciertos de sus ediles.
Veamos. En mis años juveniles vivíamos casi aislados
del resto de nuestra patria. El tren, ahora desaparecido, nos dejaba a
cuatro kilómetros de distancia y los accesos por carretera eran
polvorientos y llenos de inconvenientes y dificultades... Hoy nos
encontramos, cuando abandonamos la autovía que une a Baza con Granada,
con carreteras asfaltadas y cuidadas. Quizá algo estrechas...Pero, así
y todo, un abismo separa al pasado del presente en este aspecto y, como
veremos más adelante, en muchísimos más.
Otro logro no menos importante, y a tenor de los tiempos
que vivimos, ha sido el teléfono. Ahora estamos comunicados con el
resto del país, con las muchísimas ventajas que ello lleva consigo.
La iluminación de la villa es algo que nada tiene que
envidiar a la de la mismísima Puerta del Sol de Madrid. En mi juventud,
cuando la noche echaba su negro manto, nos veíamos con candiles y
velas. El pequeño motor era insuficiente para satisfacer las
necesidades más perentorias de la población. Lo pasado, pues, no fue
mejor.
Siguiendo con los progresos, el agua ha entrado en las
casas. Ya no hay que desplazarse a nuestra hermosa fuente en busca del líquido
elemento: como consecuencia lógica de este importantísimo logro, la
desaparición de los poco higiénicos pozos negros, sustituidos por
cuartos de baño más en consonancia con los actuales tiempos que nos ha
tocado vivir. Lo pasado, pues, no fue mejor.
Poseemos una piscina municipal. El agua-barro de la balsa
de Félix ha dado paso a este recoleto y práctico recinto, donde
podemos zambullirnos para mitigar los calores propios de estas fechas
veraniegas. El lavadero público, hoy, es una reliquia arcaica y prehistórica;
pero digno de mantenerlo como homenaje al pasado. Aunque ya esta obra es
más antigua, no por eso tiene menos mérito y fue un acierto total. Me
refiero a la remodelación de la Plaza Mayor que, desde mi modesto punto
de vista, ha sido una de las decisiones más prácticas conseguidas,
pues con esta obra ha desaparecido el polvo que levantaba la molesta
arena de antaño. Hoy, la mencionada plaza despierta la admiración de
propios y extraños.
Se ha inaugurado, de forma no oficial, El Hogar del
Pensionista «Ernesto Fernández Jiménez», (uno de los hijos más
preclaros, ilustres y honestos que esta tierra ha dado), que es un
centro recreativo para la mal llamada Tercera Edad, ya que los hijos de
esta tierra están todos como chavales. El esparcimiento, pues, está
asegurado para los que ya peinamos canas.
En nuestra villa, como en todos los pueblos de España
que viven de su agricultura, se produjo un éxodo imparable, buscando la
solución a los problemas económicos en otras latitudes. Este vacío de
habitantes produce una
tristeza infinita, dando la impresión de encontrarnos en un pueblo
semiabandonado, como quedaban aquellos del Oeste americano cuando se
agotaba la veta de oro... En fiestas, ¡vaya paradoja!, no tenemos donde
aparcar. ¡Ojalá fuese así durante los doce meses del año!
Gor, arquitectónicamente, crece de norte a sur y de este
a oeste: es decir, que las nuevas casas proliferan hasta en la falda de
nuestro majestuoso cerro. Esta expansión significa que la mayoría de
los que se ganan la vida fuera piensan pasar los últimos años de su
existencia en la tierra que les vio nacer.
Me gusta la placita de toros. Es acogedora y está bien
pergeñada. Ya se acabó el ajetreo de estar construyendo todos los años
una plaza en lugares distintos... Su logro ha salido algo caro, pues
hemos perdido el Palacio o Cuartel Viejo, de estilo mudéjar; obra
arquitectónica que albergaba en sus muros una fuente de historia
inagotable. Ya no vale lamentarse. La cultura le importaba un comino al
edil de aquellas fechas.
¿Qué soluciones tenemos, queridos amigos, para paliar
la emigración?
A mi se me ocurren dos modestísimas sugerencias: una,
concerniente a la agricultura, y otra, a una posible e hipotética
industria.
Podríamos poner todo nuestro empuje e ímpetu en la
comercialización masiva de las almendras. Plantar árboles a diestro y
siniestro, podría ser la solución ideal a los eternos problemas de los
agricultores.
La solución industrial me la sugirió la tele el otro día.
Todos habéis oído hablar de los productos El Pozo. Los dueños de esta
inmensa empresa abastecen a media Europa con sus jamones, salchichones,
chorizos y demás derivados del cerdo... Pues bien, estos señores
empezaron en una pequeña habitación de un más pequeño todavía
pueblecito de la provincia de Murcia. Nuestro pueblo reúne las
condiciones climatológicas suficientes para el éxito de esta industria
e intentar emular a los murcianos.
A mi edad, la añoranza aflora cuando de mi juventud y
amistades juveniles se trata.
Todo ser humano posee recuerdos imborrables de su
adolescencia. Yo no soy una excepción. A mi mente llegan con frecuencia
tres facetas en las que me recreo con verdadero regocijo: mi asistencia
a la escuela, a la que jamás falté, porque en ella me enseñaron casi
jugando. El profesor era Don Julio, mi maestro en aquellas fechas, y
ahora mi amigo, el mejor de todos los profesores que por mi vida han
pasado, y han sido muchos. Le estaré agradecido mientras viva. ¡Qué
gran labor desarrolló Don Julio en nuestra villa!
Con nostalgia también recuerdo, cómo no, en estas
fiestas, cuando se confirmaba que en Gor disfrutaríamos de nuestra
fiesta nacional que, como un rito profano, iba unido a la degustación
de sandías; además, al por mayor. Los toros y las sandías caminaban
unidos... Sin olvidar la emoción, el colorido y a veces el miedo de
nuestros singulares encierros, donde la juventud derrochaba valor, arte
y temperamento al juguetear con los astados. Exactamente igual que en la
actualidad.
Y, por último, en el terreno de las nostalgias, aquellos
partidos de fútbol en las eras, que duraban cinco o seis horas, en los
que mis íntimos amigos, don Miguel Jiménez González (al que deseo una
pronta recuperación), don Antonio Pérez Lozano, y otros componentes
del equipo, junto con el que os habla, aguantábamos el tórrido sol del
verano con un estoicismo digno de la mejor causa... El fútbol aplacaba
nuestros ímpetus juveniles.
Y para terminar, amigos míos, contaros algo que aquí
sucedió hace muchísimos años. El señor Ramírez, excelente persona y
entusiasta empresario, que en paz descanse, contrato por estas mismas
fechas a unos titiriteros ambulantes para que amenizasen las fiestas de
San Cayetano. Estos, agradecidos por llevarse algo a sus maltratados estómagos,
dedicaron al representante de la justicia unas coplillas que, para mí,
no tenían vigencia entonces, pero que hoy, y a pesar del tiempo
transcurrido, sí tienen plena actualidad y son más que válidas para
el hombre que rige los destinos de los habitantes de Gor. Decían así:
«EL
BASTON DE LA JUSTICIA
LO TIENE QUIEN LO MERECE;
LO TIENE EL SEÑOR ALCALDE,
QUE EN SUS MANOS RESPLANDECE».
¡¡¡VIVA
SAN CAYETANO!!!
¡¡¡VIVA GOR!!!
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